Cartagena, 30 enero 2017
Al principio más que duro es raro, te descoloca. Yo tenía unos nueve años cuando mi abuelo empezó a dar síntomas. Me acuerdo bastante de él, pero más de la época mala que de la buena. Mi abuelo era una persona seria, formal, con buen sentido del humor, un poco estricto y cariñoso a su manera. Me acuerdo de jugar con él de pequeña, de partir almendras para freírlas y de recoger naranjas, pero sobre todo me acuerdo de las comidas de los domingos.
Cuando empezó con la demencia, se olvidaba puntualmente de las cosas y lo peor es que él se daba cuenta. Con el tiempo todo fue a peor. Es raro ver como la esencia de una persona se evapora poco a poco. Era raro porque siempre estaba muy distraído, muy ausente. Era mi abuelo pero no lo era a la vez.
Mis tíos tuvieron que empezar a hacer lo que llamábamos guardias. Se iban rotando y cada fin de semana le tocaba a uno quedarse en la casa de mi abuelo, para cuidar de él y encargarse de todo. Me acuerdo que odiaba muchísimo los fines de semana que le tocaba a mi madre, no la veía prácticamente en todo el fin de semana.
Ver a mi abuelo así era bastante duro al principio, no sabes cómo hablarle porque aunque tú lo conozcas y sepas quien es, él no sabe quién eres tú. Siendo una niña pequeña no es fácil asimilar que la persona que él era ya no está más. A veces me sentía incomoda si estaba sola con él, algo parecido a cuando saludas a alguien que llevabas mucho sin ver y no te reconoce, y no sabes si tratarlo como conocido o desconocido. Me acuerdo que durante el primer año pensaba de verdad que se iba a acordar de todos nosotros algún día aunque todos dijeran que no.
Llega un momento en el que te acostumbras. Se hace más llevadero digamos, sabes lo que hay y lo que toca. Aún así hay momentos bastante duros, en los que te preguntas seriamente si queda algo de él, de esencia en esa persona. La primera vez que me lo pregunté fue un día que intentó ligar con mi madre. ¿Cómo es posible que alguien no recuerde a su propia hija? Fue bastante chocante.
Otra vez fue un día que se sentó en su sitio de siempre en una comida familiar, y los perros se pusieron al lado suya a pedirle comida, él se agobió porque no entendía lo que pasaba y tuvimos que encerrar a los perros mientras comíamos. Lo que pasaba es que mi abuelo siempre les daba sus sobras a los perros así que ellos si sabían a quién le tenían que pedir comida.
Durante todo el proceso pasé varias etapas: confusión, enfado, tristeza y muchas otras. A veces se mezclaban y a veces prefería no pensar en ello para no sentir ninguna.
Uno de los recuerdos más buenos que tengo de cuando estaba enfermo es un día que fuimos mi madre y yo a recogerlo del centro de día al que iba. Antes de ir le pedí a mi madre comprar chuches y fuimos a una tienda de al lado de casa. Compramos una bolsa de chuches para mí y otra para mi abuelo. La bolsa de mi abuelo llevaba únicamente un tipo de chuche, que era mi favorito. Cuando se las dimos le gustaron mucho y no paraba de pedir más. No sé porque pero me puso muy contenta que le gustaran las mismas chuches que a mí.
Creo que la peor parte fue cuando empezó a decaer, tenía bastantes problemas pulmonares y mi madre estaba todo el rato hospital arriba, hospital abajo. A veces no podía respirar y tenían que llevarlo al hospital. Una de las veces un médico le dijo a mi madre que si fuera él, sabiendo que no se iba a recuperar no lo llevaría al hospital. ¿Qué haces cuando la persona que se supone que lo va a curar te dice que lo dejes morir? Me acuerdo de la cara que puso mi madre cuando me lo contó, aunque me gustaría no acordarme.
A partir de ahí fue un continuo jaleo, todo el tiempo hospitales y cosas. Mi madre no paraba quieta, siempre tenía que hacer algo o estar en algún lado. Yo ya era más mayor, unos doce años. El tiempo que pasaba ingresado era cada vez mayor y mis padres poco a poco nos iban preparando para lo que iba a pasar.
La última vez que lo ingresaron vinieron todos mis tíos, ya sabían lo que iba a pasar. Mi madre nos llevó a mi hermana y a mí para que nos despidiéramos de él. Me acuerdo que pensé que lo iba a echar mucho de menos, hasta que me dí cuenta de que llevaba ya mucho tiempo echándolo de menos.
Geli Yedra