La relación entre los niveles de colesterol en sangre y la enfermedad de Alzheimer parece evidente. Lo que no está tan claro es de qué forma afectan estos lípidos a su aparición y desarrollo y en qué momento de la vida son importantes. Un nuevo trabajo desarrollado en la Universidad de Columbia (Nueva York, EEUU) señala que tener alto el colesterol ‘bueno’ puede reducir el riesgo de esta demencia.

El Alzheimer es el protagonista de uno de los campos de investigación más prolíficos de los últimos años. Esta forma de demencia, la más común de todas, se presenta en el 1% de las personas entre 65 y 69 años y su prevalencia aumenta al 60% en adultos mayores de 95 años. A pesar de su frecuencia y de los numerosos estudios realizados, muchos aspectos de la enfermedad siguen siendo una incógnita.

La influencia de las grasas, en especial del colesterol, sobre el Alzheimer se ha demostrado en numerosas ocasiones. Christiane Reitz y sus colegas del Instituto Taub de la Universidad de Columbia han llevado a cabo varios trabajos al respecto. El último de ellos, en el que tomaron parte 1.130 adultos mayores de 65 años, aparece en la revista ‘Archives of Neurology‘.

Durante 18 meses, los autores hicieron un seguimiento de los participantes, entre los cuales se detectaron 101 casos nuevos de Alzheimer (89 probables y 12 posibles), y midieron sus niveles de colesterol total, ‘bueno’ (HDL) y ‘malo’ (LDL). Los resultados confirmaron la hipótesis de los investigadores al mostrar una relación entre niveles altos de HDL (55 miligramos por decilitro o más) y unmenor riesgo de desarrollar esta demencia.

Esta conclusión está acorde con hallazgos previos que indicaban que los niveles bajos de HDL son un factor de riesgo para la enfermedad de Alzheimer. Bien mediante una vía cerebrovascular bien a través de otros mecanismos (alteración de la insulina, de la degradación de la proteína amiloide, etc.) el colesterol ‘bueno’ parece influir en la aparición de esta patología.

A pesar de los pequeños avances, el Alzheimer sigue siendo una de las más difíciles de estudiar por varios motivos. En primer lugar, sólo algunos primates la sufren de forma natural. Además, la proteína beta-amiloide (que forma los acúmulos o placas típicas de esta patología) humana no es igual que la de otros animales. Por último, no se puede estudiar el proceso ‘in vivo’ en las personas, sólo en el cadáver.

Fuente: elmundo.es

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